La experiencia del que enseña, pero siempre está aprendiendo

La experiencia del que enseña, pero siempre está aprendiendo

Mi nombre es Jesús y soy una de esas personas con la suerte de haber cumplido con el dicho; “trabaja en lo que te apasione, y nunca más volverás a trabajar en tu vida”. Y así está siendo desde el primer día. Puedo afirmar orgulloso que mi labor es completamente vocacional, y esto no significa que sea mejor o peor que nadie, sino que siento que esta es la profesión que quiero realizar hasta que no tenga más fuerzas para ello.
Gymkana en equipos de enigmas con coordenadas.
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Jesús Mínguez
Maestro

Una profesión a la que dedico un tiempo, esfuerzo e ilusión sin considerarlo una obligación, sino más bien un hobbie con el que disfruto verdaderamente.

Y no es que todo sea fácil y bonito, hay muchos problemas y cargas que debemos afrontar, inherentes a la profesión docente, y otros tanto que no nos deberían corresponder y, aun así, debemos realizar. Pero esto es un mal presente en prácticamente todos los oficios del mundo.

Con esto no pretendo dar ningunas lecciones, ni marcar ningún camino a seguir pues, por suerte, en el ejercicio de la actividad docente lo primero que has de asumir es que siempre estarás aprendiendo.

Índice Experiencia

Primera toma de contacto

Recuerdo y no espero olvidar nunca la primera vez que entré a un aula como maestro, pero no como maestro en prácticas, sino ejerciendo.

Esa mezcla de nerviosismo y responsabilidad al saber que un grupo de niños y niñas depende, en buena parte, de ti para su formación. Esa sensación de estar perdido y de dudar si realmente vales y estás preparado para ello. Desde aquel momento han pasado cinco años, el pasado 27 de abril precisamente fue mi “cumpleaños” y, desde entonces, desde ese primer día enseñando, tengo claro que, en realidad, he estado aprendiendo.

¿Liderazgo = autoridad?

Probablemente uno de los mayores errores que, en mi opinión, se cometen dentro de este ámbito.

En el primer momento en el que pones un pie en un aula te asalta esta pregunta, que en verdad es un miedo.

¿Debo ser autoritario para liderar la clase?

El miedo a un aula descontrolada, a un alumnado que falte al respeto, que no siga tus indicaciones, a unas familias que piensen que no vales para esto y otras muchas inseguridades de este tipo, te llevan a pensar: “debo hacerme valer, deben saber que aquí estoy yo”.

Este pensamiento nos arrastra inevitablemente hacia un autoritarismo por mantener el control de la clase que nos hará levantar un muro invisible entre nuestro alumnado y nosotros.

Pero, ¿realmente estás siendo el líder de la clase? ¿Estás ejerciendo un verdadero liderazgo?

La respuesta es no.

Un buen clima de aula, un aprendizaje eficaz.

Un líder es alguien que escucha, que comprende, que apoya, que guía, que orienta y que anima. Alguien que te hace sentir bien cuando estás mal y que te ayuda a sacar lo mejor de ti cuando estás bloqueado.

También es alguien que te frena cuando no sabes controlarte, pero sabiendo cómo hacerlo, haciéndote razonar, haciendo ver por qué no se debe hacer así y mostrando que hay unos límites que no se deben sobrepasar.

En definitiva, ser alguien con una gran empatía.

Cuando una persona consigue el liderazgo, un liderazgo real, no impuesto, también consigue el cariño y el respeto de aquellos a los que lidera.

Y es entonces cuando se consigue un respeto real y sincero.

Nuestro oficio nos exige ser los líderes de un grupo de personas, unas personas completamente diferentes y con distintos intereses entre sí, pero que han de aprender a convivir. Unas personas que están en un proceso de formación fundamental en su vida, pero no solo en conocimientos y saberes, sino en habilidades y emociones.

Romper con la vieja escuela

Se habla mucho de vieja escuela pero, por desgracia, es un concepto aún muy presente. Y no solo porque un profesor quiera o no quiera innovar, sino porque las condiciones poco han cambiado en su base si lo comparamos con décadas atrás.

Siempre que llego a un nuevo colegio suelo encontrar la misma distribución de aulas: mesas individuales, en parejas a lo sumo, mirando a la pizarra con la mesa del maestro en un lugar central. Y es que el espacio está dispuesto de manera que muchos escuchen y uno solo hable, voz omnipresente, máxima autoridad, conocedor de todo.

¿Pero es realmente esto así?

Las aulas han de ser espacios dinámicos, con cambios, movimiento, intercambios de opiniones, debates, conversaciones espontáneas, alguna broma, ¡por qué no! ¡Estamos conviviendo!

Es insostenible pasar cinco horas seguidas con miedo a hablar si no me dan permiso, a expresar lo que siento, aunque sea una disconformidad, a reírme de algo que me resulte divertido, a decir lo que pienso por miedo a equivocarme.

¿A quién le ha pasado?

A mí me ha pasado, y así se lo digo a mi alumnado. Yo pasaba miedo al tener que responder por si me equivocaba y se reían de mí. Yo me quedaba callado sin decir mi opinión porque pensaba que no sería lo que se esperaba oír, porque mi opinión no sería válida, porque parecería “tonto”.

¿Hay algo peor para un niño que creer que es tonto? ¿Qué su opinión no vale?

Y pienso, ¿qué hay más enriquecedor que aprender de los errores o la diversidad de opiniones?

 El trabajo en grupo resulta esencial

Nosotros tenemos la llave para cambiar esta situación que, por haberla vivido, creemos que es como se debe hacer porque “así se han hecho las cosas siempre”.

Desde el comienzo en esta profesión, en esta dedicación, porque al final acaba convirtiéndose en eso, he tenido muy claro que quería romper con la vieja escuela, sacar el miedo y la inseguridad del aula y crear un verdadero clima apto para el aprendizaje. Los alumnos se mueven, las mesas en parejas se convierten en grupos de trabajo de varias personas, el aula se abre y las actividades se extienden al pasillo, al patio o a cualquier otro espacio del que podamos disponer y la información deja de estar en los libros para pasar a distintos lugares en los que hay que buscar e investigar para elaborar un proyecto.

Mi lugar no está en ese “sillón del maestro”. Mi lugar está guiando, explicando y aclarando, acercándome a mis alumnos para orientarles en su trabajo, supervisando que avanzan correctamente, llegando a ellos cuando necesitan cualquier ayuda.

En definitiva, procurando hacerles saber que estoy ahí.

Romper con el mito de “en un aula tiene que haber silencio

Enlazando con lo anterior, me gustaría hacer una mención especial a esta idea que muchas veces parece seguir muy presente.

¿Debe ser un aula un lugar de silencio absoluto?

Si pasamos junto a la puerta de una clase y escuchamos ruido dentro, ¿pensamos que ahí no se está aprendiendo, que hay descontrol?

Diversión y aprendizaje pueden ir de la mano.

Hay que romper con el silencio, no podemos pedir a nadie que esté cinco horas al día callado y escuchando a una sola persona hablar, y mucho menos a niños o adolescentes.

Un aula ha de ser un espacio donde el diálogo siempre esté presente, donde las agrupaciones se abran a grupos que faciliten el intercambio de ideas, donde se aportan opiniones y puntos de vista, pues es de esta forma como realmente se aprende.

Además, observando cómo se relaciona y expresa nuestro alumnado, aprendemos muchísimo más de ellos que leyendo todo los informes y expedientes que quieran darnos sobre ellos.

Metas personales

Dentro de todos los logros y metas de distinto tipo que se han de alcanzar en la escuela, hay algunas que nunca podemos olvidar y siempre han de estar por encima de todas.

Creo estar seguro de contar con la suerte de haber alcanzado en cada centro en el que he trabajado mi principal objetivo; conseguir que el alumnado venga feliz a clase.

Esto es algo que considero básico, más allá de cualquier otro objetivo estrictamente curricular y académico pues, como siempre he creído y digo a las familias de mi alumnado, “si conseguimos que el niño venga feliz a la escuela, el aprendizaje vendrá por sí solo”.

Esto es un hecho que nosotros mismos vivimos en nuestro día a día. Cuando nos sentimos felices y motivados, estamos dispuestos a realizar y afrontar muchas más cosas que si nos sentimos con miedos e inseguridades.

Y nosotros, como docentes, tenemos la suerte de poder conseguir esto, no debemos ser la fuente del saber, sino los guías que ayudarán al alumnado a descubrir su camino para que sean capaces de seguirlo por sí mismos.

A modo de conclusión, me gustaría acabar con una cita que para mí es una máxima en mi labor docente:

“La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”.

Paulo Freire
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Jesús Mínguez
Maestro
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2 Comentarios

  1. Excelente reflexión. Tus alumnos y alumnas tienen una gran suerte de tenerte como profesor por tu gran capacidad de querer mejorar los métodos que no funcionan para todo el mundo e intentar innovar y tener en cuenta las necesidades y capacidades de cada uno de ellos y ellas. Si hay algo que te define es esa pasión por la enseñanza, nunca la pierdas. Un abrazo amigo

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